En el corazón del VALL DE BOÍ (enlace a nuestra publicación), como si el Pirineo lo acunara entre montañas de silencio, descansa Taüll: un encantador pueblito de montaña que parece tallado por el tiempo más que construido por manos humanas.
Sus casas de piedra, de muros gruesos y tonos ceniza, llevan siglos resistiendo inviernos que muerden y veranos que acarician.
Las losas de pizarra en los tejados se
superponen como escamas de un viejo dragón dormido, y las ventanas de madera
oscura asoman tímidas, como si custodiaran historias que no se deben contar de
golpe, sino al ritmo del visitante paciente.
Las calles estrechas y empedradas serpentean entre las viviendas y al caminar por ellas, los pasos suenan huecos y suaves, como si el propio pueblo pidiera hablar bajito.
En cada una, los balcones se asoman como
sonrisas floridas, orgullosos de exhibir colores que trepan por las paredes de
piedra en verano. Y cuando llega el invierno y el aire muerde con su aliento
helado los balcones vacíos que las recuerdan, y se llena de aromas que solo la
montaña sabe mezclar: ese perfume a leña recién encendida, a tierra que
descansa, a un sosiego antiguo que parece abrazar al caminante y sus
pensamientos.
Dicen los viejos del valle que incluso su
nombre guarda un eco ancestral. Taüll: un sonido breve que proviene, según la
tradición, de la expresión vasca Ata-Uli, “el pueblo del puerto”. Y es que
antaño el acceso al Vall de Boí se hacía por un puerto de montaña que
desembocaba primero aquí, en este rincón suspendido entre cumbres. Por eso lo
llamaban el portal del Valle, y esa condición de puerta abierta al mundo
propició una época de esplendor en la Edad Media, cuando los condados catalanes
despertaban y las piedras se convertían en crónicas.
Su importancia queda grabada en las dos joyas románicas que se alzan en su pequeño núcleo urbano, ambas del siglo XII y ambas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La iglesia de SANT
CLIMENT DE TAÜLL (enlace a nuestra publicación), con su esbelto campanario de seis
pisos que parece querer tocar el cielo, es quizá la obra más emblemática del
románico catalán.
Entre sus muros nacieron murales que hoy
siguen asombrando al mundo, como el célebre Pantocrátor, un icono que
resplandece en el Museu Nacional
d’Art de Catalunya como si aún conservara la luz de la montaña.
A pocos pasos, en la plaza Mayor, se levanta SANTA
MARIA DE TAÜLL (enlace a nuestra publicación, también románica y también
lombarda, con una torre que asciende cinco pisos hacia el aire puro del
Pirineo. Dicen que en ciertos atardeceres la torre se tiñe de oro, y que el eco
de sus campanas viaja valle abajo como un canto que despierta memorias
medievales.
En su interior descansa una reproducción de
las antiguas pinturas murales, cuyos originales —custodiados igualmente en el
MNAC— parecen latir todavía con los colores del siglo XII.
Pero el susurro románico no termina aquí.
Taüll guarda además los restos de una tercera iglesia, huellas silenciosas que
recuerdan una época en la que el valle era un hervidero de espiritualidad y
piedra. Y, coronando el paisaje, se alza la pequeña ermita de Sant Quirc de Taüll (siglo XII), una
construcción humilde de una sola nave y un ábside que mira al horizonte. Se
encuentra un centenar de metros por encima del pueblo, junto a la urbanización
que lleva su nombre, El Pla de l’Ermita, como si fuera un vigía discreto que
vela por el valle desde lo alto.
Más arriba todavía, donde el viento se vuelve
más puro y la montaña se viste de blanco, espera la estación de esquí de Boí
Taüll Resort. Allí, el invierno despliega su propio lenguaje: el crujir de
la nieve bajo los esquís, el brillo del sol reflejado en la ladera, el silencio
inmenso que solo se rompe al descender.
Para quienes buscan que la naturaleza les susurre al oído, parte del término municipal se adentra en el Parc Nacional d'Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, un mundo de lagos brillantes, bosques que respiran calma y senderos que parecen conducirte hacia el corazón mismo del Pirineo. Un escenario ideal para perderse —o encontrarse— en excursiones y rutas que cambian con cada estación.
En nuestra visita, no muy lejos descubrimos
un jardín de aguas mágicas que parece sacado de una novela romántica de
principios de siglo. Es el BALNEARIO
DE CALDES DE BOÍ (enlace a nuestra publicación), un paraíso botánico y
acuático, que ostenta un Récord Guinness por la mayor variedad
de aguas termales reunidas en un solo balneario.
Y, como broche de identidad, Taüll vibra cada
verano con sus tradiciones más queridas. Durante la Fiesta Mayor, el tercer fin
de semana de julio, el pueblo entero se ilumina con la bajada de les falles, un
río de fuego que desciende por la montaña como si las estrellas hubieran
decidido caminar. Después llegan el ball Pla, el ball de Sant Isidre y la Pila,
danzas y rituales que aúnan generaciones y hacen que el corazón del valle lata
al unísono, recordando que aquí la cultura no se conserva: se vive.
Así es Taüll: un refugio donde la historia se mezcla con la montaña, donde el románico late, donde la naturaleza abraza y donde las tradiciones iluminan la noche. Un poema de piedra, altura y fuego que permanece en quien lo descubre.
TODA LA INFORMACIÓN INCLUIDA EN ESTA
PUBLICACIÓN HA SIDO RECOGIDA DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
https://www.catalunya.com/es/continguts/territori/taull-2-1-578799
https://www.vallboi.cat/es/taull-pueblo-con-encanto
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