PARQUE GÜELL, BARCELONA

Diseñado por el genio inquieto de Antoni Gaudí, alma indiscutible del modernismo catalán, el parque nació del sueño compartido con su gran mecenas, Eusebi Güell.. Entre 1900 y 1914, piedra a piedra y fantasía a fantasía, fue tomando forma este lugar donde la arquitectura parece brotar de la tierra. En 1926, el sueño privado abrió finalmente sus puertas al mundo y se convirtió en parque público.

Hoy el parque se despliega en dos latidos: la zona monumental, imaginada y firmada por Gaudí, y la zona forestal que se desliza por la vertiente norte del monte Carmelo. Todo fue concebido como un conjunto armónico, casi utópico, donde la naturaleza abraza la arquitectura y da cobijo a un ambicioso proyecto de viviendas exclusivas. Hogares pensados para el confort absoluto, dotados de los adelantos tecnológicos más innovadores de su tiempo y culminados con un exquisito cuidado artístico. Asimismo, idearon un conjunto impregnado de un fuerte simbolismo, ya que procuraron sintetizar en los elementos comunes del parque muchos de los ideales tanto políticos como religiosos que compartían mecenas y arquitecto.

La cronología de las obras del parque sería la siguiente: el inicio fue en noviembre de 1900 y desde esta fecha hasta 1903 se hizo la explanación y apertura de calles y se construyó la cerca que rodea el parque, los pabellones de entrada, el refugio para carruajes, la escalinata de acceso, los caminos y viaductos y el sistema de alcantarillado; entre 1904 y 1906 se construyó la casa de muestra, actual Casa-Museo Gaudí; en 1905 se edificó la casa Trias; entre 1908 y 1909 se construyó la sala hipóstila; y entre 1907 y 1913 se erigió el teatro griego con el banco ondulado.

A ambos lados de la reja de entrada emergen dos pabellones como guardianes de un mundo imaginado. Uno fue concebido como portería; el otro, como espacio de administración, mantenimiento y amable recibimiento de visitantes. Son puro espíritu gaudiniano: bóvedas ondulantes cubiertas de cerámica brillante, colores que juegan con la luz y una arquitectura que rehúye deliberadamente la línea recta. Su fantasía formal y cromática ha llevado a muchos a ver en ellos una evocación directa del cuento de Hänsel y Gretel. No es una asociación casual: en 1901, el mismo año en que se levantaron los pabellones, la versión operística del cuento, compuesta por Engelbert Humperdinck, se representaba en el teatro del Liceo, con traducción del poeta Joan Maragall, amigo cercano tanto de Güell como de Gaudí.

El PABELLÓN DE PORTERÍA parece surgir del suelo como una criatura fantástica. Construido en mampostería, se viste con destellos de trencadís que recorren ventanas, cornisas y almenas, como si el edificio hubiese decidido adornarse con fragmentos de luz y color. Coronándolo todo se alza una torre-mirador que capta de inmediato la mirada. Su cúpula, con forma de sombrerete acampanado, evoca sin pudor un hongo de cuento, muy similar a la amanita muscaria, esa seta roja que habita los bosques de la imaginación. Pero el detalle más sorprendente se esconde en sus vetas: pequeñas tazas de café colocadas boca abajo dibujan las manchas del hongo, transformando lo cotidiano en poesía inesperada.


El PABELLÓN DE ADMINISTRACIÓN dialoga con su vecino como si ambos formaran parte del mismo relato fantástico. También aquí aparecen las terrazas almenadas, dos balcones elevados desde los que el edificio parece vigilar el parque con discreta elegancia. Sobre él, una cúpula en forma de hongo —hermana de la del pabellón de portería—. Sin embargo, es la torre lateral la que roba definitivamente la mirada, con su  forma hiperboloidal y revestida de trencadís en ajedrezado blanco y azul.

Al cruzar la entrada, el visitante se adentra en un vestíbulo concebido como un espacio de transición, un umbral donde se ordenan los accesos y comienza, casi sin aviso, el hechizo del parque. A ambos lados se abren dos áreas de servicio excavadas como grutas, integradas en la arquitectura con naturalidad, como si la montaña las hubiera permitido nacer en su interior. La gruta de la izquierda fue pensada originalmente como garaje y almacén; hoy, transformada por el paso del tiempo, acoge un bar y unos aseos. La gruta de la derecha, en cambio, se concibió como refugio para carruajes y guarda uno de los espacios más sugestivos del conjunto. En su interior se despliega una sala circular cubierta por una bóveda tórica, sostenida por una columna central de forma cónica. Su estructura, robusta y orgánica, evoca poderosas patas de elefante, como si la arquitectura se apoyara en un animal mítico y paciente. Esta columna recuerda de forma notable a la de la cripta del monasterio de Sant Pere de Rodes, un lugar que pudo servir de inspiración a Gaudí y que conecta este espacio con una tradición arquitectónica antigua, reinterpretada aquí con imaginación y audacia.

Desde el vestíbulo de entrada nace una escalinata construida entre 1900 y 1903, que invita a ascender sin prisa, como si cada peldaño preparara al visitante para un encuentro mayor. Los muros que abrazan la escalinata se despliegan en una suave forma elíptica, revestidos de cerámica que alterna placas convexas de blanco luminoso con piezas cóncavas de colores vivos. Estos muros culminan en almenas que descansan sobre una cornisa de piedra rústica, en la que se integran jardineras de plantas colgantes, aportando un gesto vegetal que suaviza la solidez de la piedra. Muchas de estas piezas cerámicas fueron diseñadas por Pau Pujol, de la reconocida fábrica Pujol i Bausis, cuyas creaciones convierten este conjunto en una auténtica sinfonía de color y textura. En la zona central, la escalinata se anima con tres fuentes escultóricas que no solo refrescan el ambiente, sino que cargan el espacio de significado simbólico. A través de sus relieves, representan Países catalanesCataluña norte (francesa) y Cataluña sur (española), unidas aquí por el murmullo del agua.

La primera fuente tiene una composición naturalista de falsos troncos, estalactitas y vegetación por donde cae el agua a una pequeña alberca.​ Su forma parece evocar un lugar llamado L'Argenteria, en el desfiladero de Collegats en el curso del río Noguera Pallaresa.

La segunda fuente tiene forma de medallón de marco tórico y contiene el escudo de Cataluña y una serpiente, como alusión a la medicina —o bien en representación de la serpiente Nejustán que llevaba Moisés en su cayado—, rodeados de frutos de eucalipto.

En la tercera fuente se halla un dragón o salamandra hecho de ladrillo rasilla revestido de trencadís de colores. Existen diferentes versiones sobre su significado: puede representar la salamandra alquímica, que simboliza el elemento fuego; el mitológico Pitón del templo de Delfos; o bien el cocodrilo que aparece en el escudo de la ciudad de Nîmes, lugar donde se crio Güell. Esta figura se ha convertido en el emblema del jardín y uno de los de Barcelona. 


Sobre esta figura hay una pequeña construcción en forma de trípode, en alusión al utilizado por la pitonisa de Delfos. En el centro de este trípode hay una piedra que podría representar el onphalos, el «ombligo del mundo» del oráculo de Delfos.

En el último tramo de la escalinata se sitúa un banco en forma de odeón, cuya orientación no es casual: recibe el sol generoso del invierno, cuando el cuerpo busca calor, y se refugia en la sombra amable del verano, cuando la luz se vuelve intensa y el descanso pide frescor.

Sobre la escalinata se alza la SALA HIPÓSTILA, conocida también como la Sala de las cien columnas o templo dórico, aunque su número real sea algo menor. Este espacio majestuoso, construido entre 1908 y 1909, descansa como un bosque de piedra y cumple una doble función: cobijar al visitante y sostener, como raíces firmes, la gran plaza que se extiende sobre ella. Gaudí la concibió como el mercado del barrio residencial que soñaba para este lugar, un punto de encuentro donde el intercambio cotidiano se desarrollaría bajo columnas imponentes y una atmósfera casi sagrada. Sin embargo, el proyecto urbanístico no prosperó y ese destino nunca llegó a materializarse.

Está compuesta por 86 columnas estriadas, de 6,16 m de alto y 1,20 m de diámetro, confeccionadas de mortero y escombro simulando mármol, y tienen revestimiento de trencadís, hasta una altura de 1,80 m. Las columnas exteriores están ligeramente inclinadas para lograr un mejor equilibrio estructural. El techo está confeccionado con bóvedas semiesféricas convexas revestidas con trencadís blanco.

Originalmente esta sala debía albergar 90 columnas, pero Gaudí eliminó cuatro de ellas y, en el espacio libre dejado en el techo, situó cuatro grandes plafones circulares a modo de rosetas, que representan las cuatro estaciones del año, con dibujos de soles de 20 puntas, de distintos colores. Estos se complementan con 14 plafones más pequeños en el centro de las bóvedas, de un metro de diámetro, que representan el ciclo lunar, con dibujos de remolinos, hélices y espirales. Los plafones fueron obra de Jujol, el colaborador de Gaudí con más fantasía creativa, realizados en trencadís de cerámica y materiales de desecho.

El punto central del parque lo constituye la inmensa PLAZA DE LA NATURALEZA, construida entre 1907 y 1913. Según el plano original, la plaza central debía ser un teatro griego, apto para las reuniones comunitarias y para la celebración de eventos culturales y religiosos. En el borde exterior, que sirve de balcón a la escalinata y la entrada del parque, se halla un banco de forma ondulada, de 110 m de longitud, recubierto de pequeñas piezas de cerámica y cristal obra de Josep Maria Jujol, con una de las técnicas preferidas del arquitecto, el trencadís.​

En su parte exterior contiene una cornisa cubierta de gárgolas con forma de cabeza de león para desaguar la lluvia, así como triglifos y pequeñas figuras en forma de gota de agua.

En el otro extremo la plaza termina en un muro excavado en la montaña, que hace el efecto de un anfiteatro, sobre el cual hay un paseo de palmeras cerrado en la vertiente montañosa por un muro de columnas con forma de palmera.




En el recinto del parque, en el camino del Rosario, se encuentra la Casa-Museo Gaudí, lugar de residencia del arquitecto desde 1906 hasta 1925, pocos meses antes de su muerte, fecha en que pasó a residir en el taller de la SAGRADA FAMILIA (enlace a nuestra publicación). Diseñada por su ayudante Francesc Berenguer entre 1904 y 1906, fue construida como casa de muestra de la urbanización, hasta que fue adquirida por Gaudí cuando ya se veía el fracaso del proyecto. La decoración, donde destacan los elementos de cerámica y los esgrafiados, es de estilo modernista y denota la influencia que sobre Berenguer ejercía su maestro.

El museo alberga diversos muebles y objetos personales de Gaudí, como su dormitorio y su oratorio, además de algunos cuadros y esculturas, así como paneles informativos y audiovisuales dedicados al arquitecto. Entre los muebles hay mobiliario original procedente de la casa Calvet, la casa Batlló y la cripta de la Colonia Güell. En el jardín también se exponen diversos objetos, como la cruz de cuatro brazos del portal de la finca Miralles, una copia de una escultura de la Sagrada Familia titulada Cosmos, una gárgola con forma de cabeza de león de la cornisa de la plaza del parque o unas rejas procedentes de la casa Vicens y la casa Milà.

Gaudí construyó una serie de viaductos para transitar por el parque, lo suficientemente anchos para el paso de carruajes y con unos caminos porticados por debajo para el paso de transeúntes. Los caminos tienen una longitud total de tres kilómetros, que salvan el desnivel de la montaña (60 m) y comunican de forma óptima el nivel inferior con el superior.

Por último, mencionar la casa Trias, otra de las tres residencias que se construyeron en el parque. Esta construcción, obra de Juli Batllevell i Arús, está situada en las dos únicas parcelas que se llegaron a vender. Propiedad de Martí Trias i Domènech, abogado de la familia Güell, se construyó entre los años 1903 y 1906. Hoy en día sigue siendo una residencia privada y aún pertenece a la misma familia, a los descendientes del abogado y de su mujer, Anna Maxenchs.

Este no es un espacio que se agota en una sola mirada. El parque invita a regresar, a descubrir lo que quedó escondido entre sombras, a verlo distinto según la hora, la estación o el estado del ánimo. Queda pendiente otro paseo, otra pausa en un banco soleado, otra conversación íntima con la piedra y el color. Así, la despedida no es un adiós, sino un hasta pronto. Un pacto secreto con el lugar, con la certeza de que algún día —sin prisas y con la mirada renovada— volveremos a encontrarnos.



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BALNEARIO DE CALDES DE BOÍ

UN JARDÍN DE AGUAS MÁGICAS EN EL CORAZÓN DEL PIRINEO

En nuestra visita al VALL DE BOÍ (enlace a nuestra publicación), descubrimos este lugar que parece sacado de una novela romántica de principios de siglo. Un oasis termal escondido entre montañas, historia y vapores curativos, que combina tranquilidad, naturaleza pirenaica y salud en un entorno privilegiado, con el río Noguera de Tor como vecino cercano y el Parque Nacional de Aigüestortes como fondo escénico.

Prepárate para conocer uno de los rincones termales más sorprendentes de Europa, ¡aunque Caldes de Boí no es nuevo!, los romanos ya venían aquí a curarse el cuerpo y el alma, se dice que incluso Julio César se benefició de ellas. Desde entonces, han pasado monjes, nobles, pastores, médicos, peregrinos, viajeros, turistas... Todos buscando lo mismo: un poco de paz, salud y silencio.

El balneario ocupa una zona ajardinada de entre 24 y 40 hectáreas, un paraíso botánico y acuático, a 1.470–1.500 metros de altitud, que ostenta un Récord Guinness por la mayor variedad de aguas termales reunidas en un solo balneario.

Mapa de la página: https://www.caldesdeboi.com/wp-content/uploads/2021/09/mapa-fonts-catala-PDF.pdf

Son, nada más y nada menos que 37 manantiales con diferentes temperaturas y composiciones químicas (varían entre los 4 °C y los 56 °C, siendo cloruradas, sulfuradas, sulfatadas, bicarbonatadas; más sodio en las calientes y más calcio en las frías). Algunos huelen a azufre, otros saben a hierro, y todos tienen algo mágico.

Tienes que caminar sin prisa por los senderos de piedra de estos hermosos jardines repletos de árboles centenarios, descubriendo una a una estas joyas termales…

A la sombra de un avellano nace la FONT DE L´AVELLANER (22 °C), esta agua arrastra consigo una fama centenaria: dicen que es mano de santo para los riñones. El agua es cristalina, delicada al gusto, y tiene un puntito dulzón que invita a llenar la botella... y repetir.

Unos pasos más adelante, entre árboles y senderos tranquilos, aparece la misteriosa FONT DE BESORT. Sin cartel, sin ficha técnica, sin fanfarria. Pero eso solo la hace más intrigante. ¿Será fría? ¿Será caliente? ¿Tendrá propiedades secretas? Solo hay una forma de saberlo: probarla. Y ahí es donde empieza el juego.

Y como en toda buena historia, los buenos siempre tienen un doble. Bajo una acogedora sombra, nos esperaba la FONT DE L’AVELLANER II. Con el mismo carácter que su hermana, pero con su propio rincón tranquilo. Si la primera te gustó, esta te encantará. Y si no las distingues... no te preocupes, ¡ellas tampoco saben cuál es cuál!


La siguiente fuente es como una bofetada de frescor. En la FONT DEL BOIX (4 °C) el agua que brota es helada, y muchos la usan para tonificar el cuerpo o darse un splash en la cara (¡si te atreves!). De muy débil mineralización, es también la fuente que se utiliza para la piscina exterior de agua fría y para el consumo doméstico, embotellada con el nombre de Aigua Font Boix.

Y como si todo esto no fuera ya un regalo para los sentidos, el murmullo constante del río Noguera de Tor nos acompaña en cada paso. Un susurro de fondo que te recuerda que estás en un lugar especial, donde el agua no solo se bebe o se toca… también se escucha.

Nuestra siguiente parada fue en la FONT DEL BOU (36ºC), cuya agua, de mineralización muy débil, blanda, clorurada, bicarbonatada, hipotónica y rica en sílice, es un auténtico cóctel natural pensado para mimar el cuerpo desde dentro. Está especialmente indicada para aliviar problemas como la gastritis, la gota o los cálculos renales. Vamos, que si tu estómago o tus riñones están pidiendo ayuda... esta fuente les da una mano (¡o mejor dicho, un vaso!). Y si después de probarla te enamoras de su sabor suave y ligeramente mineral, estás de suerte: se comercializa con el nombre de Agua de Boí, así que puedes llevártela a casa como souvenir líquido de alta montaña.

Pero aquí, en este inmenso vergel natural de agua que nos envuelve, no todo son fuentes y ríos. Como si la naturaleza no fuera suficientemente generosa, varios surtidores con sus respectivos estanques decoran los jardines.

Y así, admirando todo lo que nos rodea, llegamos a uno de los manantiales más curiosos del paseo. Porque aquí no brota una sola fuente tímida, no... ¡Aquí surgen cinco chorros al unísono! Como si la montaña hubiera decidido abrir cinco pequeños ojos de agua al mundo, donde cada surtidor parece tener su propia personalidad.

Un caño de las mencionadas FONT DEL BOIX y de la FONT DEL BOU, dos clásicos del balneario con las mismas propiedades mineromedicinales que sus fuentes hermanas.

El tercero es el inconfundible caño de la FONT DEL BOSC (22 °C), ideal para reumatismos, gota, lumbalgias y narices valientes, pues desprende un fuerte olor a huevos podridos (azufre).

Completan la escena dos chorros más nacidos de las llamadas FONTS DE TITO, que manan con temperaturas que oscilan entre los 11,3 °C y los 28,3 °C. Un contraste curioso que nos recuerda lo caprichosa (y sorprendentemente precisa) que puede llegar a ser la naturaleza cuando se trata de mezclar agua, minerales y magia subterránea.


Continuamos nuestro agradable paseo por este paraíso botánico, dejándonos envolver por el susurro del agua y el aroma fresco de la vegetación.

Pronto llegamos al bello rincón donde surge la FONT DE CÀNEM, que brota a unos reconfortantes 38,5 °C. Esta fuente, considerada mesotermal, es todo un tesoro natural, rica en sodio, sulfatos, cloruro y silicio, ingredientes secretos que la naturaleza utiliza para crear aguas perfectas para la elaboración de cosméticos. Pero la magia no termina ahí: sus aguas se disfrutan en una de las piscinas termales del complejo, invitándonos a sumergirnos y experimentar en primera persona sus beneficios.



Aquí no hay espacio para el feísmo: todo lo que nos rodea es belleza pura, y a cada paso uno duda hacia dónde dirigir la mirada.


Pero, una vez más (por si no fueran suficientes maravillas), aparece ante nosotros la espectacular FONT DE L'ISARD, ubicada en un rincón privilegiado que parece diseñado para el asombro. Esta fuente no solo nos cautiva por su belleza serena y su generoso caudal, sino también por el detalle que la corona: en la parte alta, se alza la figura de un rebeco (o isard, en catalán), uno de los cérvidos más emblemáticos del Pirineo, convertido aquí en símbolo de la vida salvaje y libre que define este paisaje.

Allí se nos abrían varias posibilidades para adentrarnos en territorios más salvajes, como el BARRANC DE LA SALLENT o la CASCADA CUA DE CAVALL. Rutas más exigentes que, además, nos habrían permitido descubrir otras fuentes como la FONT DE FERRO (11 °C) o la FONT SALENCA (27 °C) escondidas en rincones donde la naturaleza se muestra sin filtros.


Pero, por la imposibilidad de continuar con la silla de ruedas y también por ese deseo de seguir explorando otros rincones del Vall de Boí, decidimos desandar nuestros pasos. Dejamos atrás esos caminos, sabiendo que siempre hay que reservar algo para volver.

A nosotros nos quedó pendiente no solo poder disfrutar de una estancia en alguno de sus dos acogedores alojamientos (Hotel Caldas, antes casa de baños del s. XIX y el Hotel Manantial, construido en los años 50 por Walter Ankli) y como no, el complejo termal, en el que hay infinidad de técnicas diarias posibles: inhalaciones, aerosoles, duchas, estufas, fangos termales, etc., siempre bajo supervisión médica.

Sino también rematar el recorrido de las fuentes, completando este singular mapa líquido que dibuja el balneario. Nos quedamos con ganas de visitar la FONT DE SANTA LLÚCIA (30 °C), popularmente conocida como la fuente de los legañosos. O la FONT DE LA TARTERA (45 °C), una de las más reconocidas y apreciadas del balneario, descubierta en 1849. También la FONT POMPEYO (36,5 °C) a 1 550 metros de altitud, o la sorprendente FONT DE L’ESTUFA (50 °C), donde el agua se convierte en vapor y alimenta unas cuevas naturales excavadas en la roca. Funcionan desde el siglo XIX y todavía se usan en tratamientos respiratorios. Y por supuesto, la FONT DELS BANYS (54 °C), la más caliente de todas, hipertermal y rica en minerales, protagonista de muchos tratamientos en el spa; O la FONT DEL CANCHAL (44,6 °C).

Y entre tanta fuente, sendero verde y espacios termales, nos dejábamos atrás el SANTUARIO DE LA MARE DE DÉU DE CALDES, que por su importancia y simbolismo en el lugar, no podíamos excusar su visita. El primer espacio románico dedicado a la Virgen de Caldes, del que no queda rastro, se dice que fue punto de peregrinaje para los enfermos que venían a las aguas en busca de curación. Aún sigue siendo un lugar de hospedería (Hotel Caldas) recogimiento, fe... y silencio refrescante, pues en el interior del patio fortificado, donde hoy conviven el barroco Santuario de la Virgen de Caldas (s. XVIII) y diferentes tiendas de artesanía y de productos locales de elaboración propia, entre otros, todavía fluye la histórica FONT DE LES TERMES ROMANES, con 49 °C, rica en silicio, y la primera en ser utilizada con fines terapéuticos.

Ya al final de nuestro recorrido, justo al ir a recoger el coche, una última sorpresa: la FONT DELS CAPELLANS. Aunque su panel no diga mucho, nos hizo pensar que no todo necesita explicación para ser especial.

Nos vamos deduciendo que este lugar no es solo para quien busca curarse el cuerpo. Es también para quien quiere recargar el alma. Para quien cree (o quiere volver a creer) que la naturaleza puede cuidar de nosotros, si la dejamos. Así que si alguna vez necesitas un respiro profundo, un paseo lento o un baño que vaya más allá de lo físico... recuerda que, en un hermoso rincón del Pirineo, hay un balneario donde el agua sigue hablando. Y tú estás invitado a escucharla.

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